Fin de semana (III) / Weekend
Y después de las fotos, las palabras, que seguro no harán justicia, pero lo intentarán...
No sé si voy a saber explicarte lo de este fin de semana, todavía no me he sentado tranquila a escribirlo, no quiero tardar mucho para que no se me escape nada, pero si puedo decirte que no puedo pensar en otra cosa.
A parte de que cuando estaba allá arriba rodeada de blanco y viento por un momento cerré los ojos y pensé que eso debía parecerse mucho a la Antártida, aparte de eso, fue increíble, y mientras escribo esto me paro un momento a pensar a ver si puedo transmitírtelo.
La luz, esa luz que siempre proviene de la misma fuente pero que siempre es distinta, esa luz que hace que el blanco de la nieve tome un millón de tonalidades, de texturas, de azules, de brillos, esa luz que cuando se oculta se convierten en grises, en negros, en mates.
El viento, ese viento que siempre es el mismo, pero que siempre es diferente, que sopla y sopla y aúlla y te recuerda que está ahí, que levanta polvo de nieve y te golpea la cara, ese viento que te obliga a doblegarte, a parar de caminar y agachar la cabeza, a poner una rodilla en el suelo y sentir que no eres tú la que manda, a sentir que tienes que conciliarte con él para poder continuar, que tienes que aliarte para poder seguir.
El frío, ese frío que siempre parece ser el mismo, porque el frío es siempre frío, pero que es siempre diferente, ese frío seco que corta, que busca cualquier rendija entre tu ropa, cualquier pliegue mal cerrado, cualquier hebilla no suficientemente ajustada para colarse y ponerte los pelos de punta y helarte hasta los huesos.
El no silencio, el crujir de la nieve mullida bajo mi peso, rompiendo ese frágil equilibrio que la mantiene esponjosa para convertirla en un bloque compacto y duro bajo mis pies, el estallar del hielo cuando clavo un crampón y siento como se quiebra, como se astilla, y como con ese restallar me hace sentirme segura para dar el siguiente paso.
Mi respiración, esa que siempre es la misma, pero que siempre es tan diferente, esa que de normal no oigo, a la que de normal no presto atención, y que allá arriba se convierte en un reto, en un objetivo, en una herramienta, al principio agitada y confusa, como si, paradójicamente, me faltara el aire en ese entorno en donde no hay fronteras que confinen el aire, y que poco a poco se calma, se sincroniza con mis pasos, se vuelve tranquila y acompasada, se convierte en un mantra que me ayuda a seguir.
Mi cuerpo, que vuelve a sentirse extenuado, dolorido, llevado hasta el extremo, y que responde, que reconoce esa sensación que creía olvidada, la reconoce y le gusta y quiere más y pide más.
Mi mente, que se vacía de todo pensamiento que no tenga que ver con lo que veo, con lo que siento, con lo que oigo, con lo que respiro.
Yo, que vuelvo a sentir que se trata de algo entre los elementos y yo, entre la Tierra y yo, entre el Planeta y yo, ese vínculo extraño que siempre he sentido, esa consciencia planetaria que me ha traído hasta aquí.
Y vuelvo a sentirme tan afortunada…
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