Y como esto, entre otras cosas, va de hacer todo eso que llevaba tiempo pensando que quería hacer y que nunca me había decidido, o no había encontrado el tiempo, o no me había atrevido, ahora me decido, encuentro el tiempo y me atrevo. Así que este fin de semana me calzo unas botas de alpinismo, me pongo unos crampones, unas gafas de ventisca, un arnés y me voy a la montaña. Me llevo la crema del Sol (que en la nieve una también se quema), un gorro de lana y frutos secos y chocolate para cuando no pueda más. Me llevo una cámara de fotos, tres pares de guantes (para ponérmelos unos encima de otros) y unas ganas tremendas de que la vista no me alcance para percibir el final del cielo, de respirar aire frío, de ese que te hiela los pulmones conforme lo inspiras, de que el blanco infinito me ciegue. Me llevo unas ganas enormes de aprender algo nuevo, de empujarme un poco hasta el extremo, hasta ese extremo que, por un momento, te hace preguntarte qué estoy haciendo aquí? pero que al final del día, cuando nadie te mira, te provoca una sonrisa furtiva y un cosquilleo en el estómago impaciente por el nuevo día.

Y ahora, una minimuestra de lo que vendrá: Tukino